viernes, 31 de diciembre de 2010

2011... Godina kao srebro na suncu.

Agachado en la ducha, miro hacia abajo. El agua cae sobre mí, cada vez más y más caliente. Se escurre por todos los poros de mi cuerpo. Me quema.
Pienso en el año que se va. Y en todo lo que he cambiado.

Me levanto poco a poco. Siento una gran presión a mi espalda y a mis brazos. Es toda mi gente.
Levanto la mirada.
Hola, 2011.
Sonrío.
Gracias.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Pirómano

I went through many things without embrace and you came like a morning lucky day.
You are sky and earth, thirst, rain.
In a sky without clouds I erase the old stuff.
Empty past. Future is the present.
You are river, lake, thirst, rain.

I demolished mountains for your love, and I wanted you to look at me: like your God, an angel, as your dream that you live and you love.

Fireworks, they write signs in a clean sky.
Fireworks, seas waves, how hard I love you.
So many battles without friends and enemies; in the brain, the sleepless nights before I find golden treasures.

The wounds are closed, the wishes have worked. Stay forever here, kiss my cross.
You are sky and earth...

domingo, 26 de diciembre de 2010

Marte

Marte representa el empuje para la mayoría de las cosas, la capacidad que tenemos de luchar por un objetivo, de perseverar en algo, incluso en la forma de discutir.
También simboliza el sexo: la forma en la que nos desarrollamos en este ámbito y los placeres que nos atraen.

En definitiva es energía: sexual, discutir, pelear, hacer proyectos...

jueves, 23 de diciembre de 2010

El banco donde solíamos sentarnos

¿No piensan ustedes lo violenta que es la palabra "arrancar"? Para mí arrancar es despojar. Algo permanente que está ahí, y que por causas ajenas se le corta el suministro del propio ser. Es como algo vivo, y que al arrancarlo, le cortamos la vida, aunque todavía no le hubiese llegado la hora de morir.
Quizá nos lo explique mejor Diana.

Diana decía que el amor era como caminar de puntillas. Elegante, bello, excitante, pero también delicado, frágil, hiriente. Tardes que pasaba arreglándose, cambiando de vestido y maquillándose. Odiaba la moda pero no le importaba, sólo quería ser la más guapa para cuando se encontrara con Matías.
Sus amigas no se metían con ella en sí, pero sí que le reprochaban que hubiera cambiado tanto por alguien. Y encima que siempre terminaba tan arreglada en el mismo sitio: una princesa en un banco de la plaza.
Pero era su banco, el sitio donde no sabían por qué pero siempre acaban allí. Quizá fuera porque fue allí donde se vieron por primera vez, ya no recordaban hacía cuanto.
Fue en este banco donde se decían cosas como Eres cielo y tierra, sed y lluvia... Fue aquí donde se dieron la mano por primera vez. Tímidamente, y que luego se convertiría en una ligadura más de su cuerpo. Diana lo miraba a los ojos, como su dios, un ángel, un sueño que vivía y que amaba.

Diana lo contaba todo a su amiga Elena. Tenían una relación muy estrecha, así que Diana le contaba no sólo cómo era su mundo de rosas y algodón de azúcar; sino también sus miedos, a estropear todo. Al andar de puntillas se podía hacer sangre si forzaba mucho la verticalidad; pero un relajamiento excesivo supondría la caída; y buscaba ese equilibrio en su amiga Elena.
La amiga, le daba todos los buenos consejos que podía, aunque no eran muchos puesto que ella nunca había tenido pareja. A veces se encontraba muy triste, con la mirada perdida: no es que sintiera celos de Diana, pero ella también quería algo así.

Últimamente, Diana y Matías se habían distanciado un poco. Todo lo achacaban al trabajo tan diverso que tenía sobre todo él. Pero cuando se veían, marcaban un récord: de tiempo besándose, o de otras prácticas. Diana recobraba en estos momentos la capacidad de sentirse indeble ante su aliento, que le distorsionaba lo que le decía Elena: según ella, el amor se había ido como nieve que fluye en el verano, y sólo quedaba en él un deseo carnal.
Diana ahogaba todos estos pensamientos sumiéndose a la lengua de Matías, dispuesta a todo.
Pero sí que es cierto que ella empezó a creer lo mismo. Al menos, esa atención que le propiciaba al principio, ya no la tenía con ella. Intentaba hacer notar su malestar, pero era en vano. Quizás ella preparaba lo más elaborado y recibía por respuesta un simple Te Quiero: correcto pero sin más. Quizás todo esto era causa del tiempo: dicen que al principio todo es muy cuidado y la rutina es gran culpable de esa ruptura de mimos y cuidados.

Diana optó por una decisión que no quería tomar, pero lo veía como una inversión en el tiempo: le dijo a Matías que necesitaba más y que tal vez lo mejor era pasar un tiempo separados. Estaba esperando el momento en el que Matías volviera a ella, mostrándose más cariñoso y suplicante que nunca.
Sucedió lo contrario, lo que nunca hubiera esperado. Elena la llamó alardada, contándole que había visto a Matías con otra chica. Diana no la creía, o no la quería creer; pero finalmente se rindió a ello, pues la hermana de Elena también lo confirmaba.
Sin pensárselo dos veces, cogió el teléfono e intentó llamarlo, pero no pudo.

-Elena, por favor, te pido un favor como amiga. Si lo ves por msn o algo, o como sea, da igual, dile que no quiero saber nada más de él en la vida. Que ni me llame ni me pida perdón, no quiero ni un te quiero. Que no me moleste.

Y así se hizo. Sólo que Diana recibió un par de llamadas en el móvil, las cuales no cogió. Sólo que una vez le llegó una carta. La primera frase decía: "Diana, el banco donde solíamos sentarnos no se ha roto...". La cerró de golpe, no necesitaba oír disculpas, oír como una metáfora de que a pesar de todo el amor seguía vivo, no.

Parece ser que Matías desistió. Mientras tanto, Diana evitaba pasar por la plaza, aunque tuviera que rodear y hacer más camino. A veces se sentía mejor, cuando Elena la besaba y abrazaba, y preparaban cosas juntas. Pero otras veces, por la noche oía los muelles del colchón de los vecinos, y los maldecía por ello. La despertaban y le recordaban su soledad. A veces Diana se metía a la ducha, no importa cuántas veces al día, con el agua caliente, poniéndola cada vez más y más caliente, hasta llegar al punto de sentir un placer tan intenso que le hacía daño, y que alguna vez se le escapó alguna lágrima por ello.

El tiempo de Diana pasó, se casó y tuvo hijos. Un día, su hijo mayor salió a la cocina con una nota.

Mamá, ¿Qué es esto de que arrancaron un banco?

Diana empalideció. Un cúmulo de cosas se le juntaron: hacía años que no sacaba la nota del cajón. Su hijo la había encontrado. Y la había leído entera. Ella no había tenido el valor para hacerlo, pero ahora lo haría.

El banco donde solíamos sentarnos no se ha roto, lo han arrancado. Han intentado arrancarlo pero no lo conseguirán, estoy seguro.

La imagen de Elena se le vino a cabeza como un vidrio en mitad de un camino.

domingo, 19 de diciembre de 2010

La mer

Tabarca es una isla mágica. Una neblina la cubre cuando llego. Ya la he visitado varias veces pero sigue despertando el mismo sentimiento en mí. Voy a casa de un marinero que me cuenta lo siguiente:

-¿Qué ves aquí?-dice señalando un vaso de agua.
-Agua.-respondo.
-Yo sólo veo agua. ¿Qué ves aquí?-dice secamente.
-Hielo.
-Yo sólo veo hielo. No estoy loco. Es para demostrarte que sé de lo que hablo.

Sin hacer una pausa, empieza a hablar.

Hace años que estaba con una chica a la que conocí en la playa, ésa que hay ahí, al sur, la que está llena de rocas resbaladizas. Los dos en el agua, hablando tímidamente, mecidos por el vaivén de las olas.
Sentía como cada ola me acercaba a ella un poco más; y después volvía a separarme para evitar la presión. Una de esas olas vino más fuerte y la arrastró hacia dentro. Tuve miedo, corrí hacia afuera, busqué una cuerda o algo largo para lanzárselo. No encontré nada. Poco a poco, la vi yéndose lejos, desvaneciéndose. Fui corriendo a la casa más cercana y pedí una. En el camino hacia la playa, iba pensando por qué no me había llevado a mí. Cuando volví, no había nadie. Nada.

Mientras cuenta esto, no sé donde mirar. Me es imposible concentrar mi mirada en algo fijo. Continúa su historia.

Ni ella, ni mi corazón. Mi corazón lo había arrastrado la marea con ella. Había sido un cobarde. Me sentía indescriptiblemente mal. Una lágrima rompe su cascarón y comienza a andar sobre mi rostro, llevándose a su paso los vestigios de sal de mi cara.
Entonces grité: Iré a buscarte, te lo juro. Nada nos separará. Ni el océano más grande. No dejaré que las olas nos alejen. Nadaré las aguas para encontrarte. Nada es lo suficientemente fuerte como para separarnos y menos el agua.

Y poco a poco, baja la voz hasta llegar a susurrar: Lo único que nos separa son mis lágrimas...

-Pero ¿por qué no te ayudó nadie a buscarla?
-No lo pedí. Me juré que iría a buscarla todos los días. Esa noche no tuve fuerzas ni para meterme un metro en el mar. Soy un hijo de puta.
-No digas eso.
-Sí. He pagado por mi error. No me atreví. Ahora salgo todos los días en mi barca. Da igual lo que me pase, me juré que tenía que encontrarla. Vivo para encontrarla. Hasta que me canse y deje de remar. Me iré con ella.
-Pero ¿Cuánto tiempo llevas así?
-Tres años van a hacer. Sé que no la voy a encontrar nunca, soy consciente. Pero no me queda otra alternativa, por lo menos me sentiré útil, estaré más cerca de ella. Quizá me tropiece con alguien que se ha perdido y sepa ayudarle. Tal vez algún espejismo me haga olvidar.

Nos quedamos un momento callados. Después, dice:

-¿Sabes? Te he mentido en una cosa. En ese vaso, no veo agua. En realidad, lo que veo ahí son mis lágrimas, el reflejo de mi cobardía, y causa de mi dolor. Siento haberte mentido, pero era la única manera de que escucharas mi historia. Ya puedes llamarme loco e irte.

-En absoluto te considero loco. Estás mucho más sano que otras personas que conozco. Tienes mejor corazón que otras. Al menos, no vives para ti solo. Vives para tu amor.

Salimos afuera, donde sucedió todo. Tras pasar la puerta de la muralla que rodea la villa, salimos a una playa llena de rocas.

-¿Fue aquí?
-No, más adelante.

Pasamos un trozo en el que hay rocas semisumergidas, tremendamente resbaladizas. Me he calado entero. Llegamos a un islote.

-Aquí fue -mientas señala a la izquierda una pequeña cala.

Le abrazo. Sé que es duro pero debo irme ya. Le doy alguna esperanza, que aunque ambos sabemos que nunca ocurrirá, es bueno oírlas.

-Algún día aparecerá, por mar o por tierra.

De lejos lo veo escribir un nombre en el agua con el dedo. Me doy la vuelta, camino mientras me quito la sal de la cara: en verdad, ella no existe en este mundo.

¿Quién va a apagar las luces?

Yo las apagaré.
Se habrá ido todo el mundo.
Quizá sólo queden restos de esplendor.
Pero veré el aire ennegrecido.
Y me daré la vuelta.
Sabré que hay luz.
Apagaré la luz.
A la fuerza, por muy débil que sea la llama, será luz.
Porque una simple cerilla puede ser lo más cálido.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Proverbios orientales

Entre las máximas escritas en el muro de Naoshige hay una que dice: “los asuntos serios deben tratarse con ligereza”.
El maestro Ittei comentó: “Los asuntos leves deben tratarse con mayor seriedad”.

martes, 23 de noviembre de 2010

Suscribo 100%

Extracto de "Nocilla Experience" de Agustín Fernández Mallo:

Y me acordé de aquel viejo chiste, ya sabes, el del tipo que va al psiquiatra y le dice “Doctor, mi hermano se ha vuelto loco, se cree una gallina”. Y el médico contesta “Bueno, ¿y por qué no hace que lo encierren?. Y el tipo le replica, “lo haría, pero es que necesito los huevos”.
Y en fin, creo que eso expresa muy bien lo que pienso sobre las relaciones personales, ¿saben?. Son completamente irracionales, disparatadas, absurdas, pero las seguimos manteniendo porque la mayoría de nosotros necesitamos los huevos.

sábado, 20 de noviembre de 2010

El egoísta

Se oteaba bien el terriorio circundante. Desde allí arriba, podía ver quién entraba al pueblo y quién salía de él. No sabía si deseaba que viniera mucha gente para sentirse arropado, y de alguna manera ser el centro de atención (ya se buscaría algún método, tal vez una borrachera, o un alarde de cualidades artísticas, o un momento en el cual mostrar su habilidad idiomática) o si querer que se alejara todo el mundo, que incluso la población de aquel pueblo se alejara, creara como una especie de perímetro de seguridad en torno a él. Así podría pensar, meditar, volverse sobre sí mismo y simular que alcanza un estado próximo a la perfección, la estabilidad, la quietud permanente contempladora de cuanto acontece.

Hecha jirones su ropa, en su estado tan precario como iba. Precario simulado, pues sus condiciones económicas por supuesto que le permitían ir mejor, pero le gustaba sentirse así: como un pasajero, un ser próximo a la naturaleza, sin necesidad de ponerse elegante para alcanzar la belleza. Su belleza residía en esa despreocupación, que parecía decir "Si me arreglara, verías cómo de guapo soy", que incitaba a descubrir detrás de aquellos ropajes, de aquella máscara envolvente que de vez en cuando adivinaba rotos.

No había leído mucho sobre la religión, pero sí que conocía la idea básica del infierno. Él se consideraba en cierto modo como un reptil: necesitaba el sol tanto como ellos. Le proporcionaba luz, calor y vida. Por ello, siempre que podía estaba al sol, incluso en verano. Los días soleados y calurosos eran una bendición. En cambio, el frío no lo soportaba. Por ello pensaba si la idea del infierno incandescente, repleto de fuego y llamas, no era una idea equivocada. Para él, el infierno debería ser algo próximo al frío, a la nieve, a una reducida luz, a un sentise desprotegido y necesitar cubrise, con lo que cubrías tu belleza. Para él, el infierno sólo difería en una letra de su significado: era el invierno. Claro que, cada uno tendrá el suyo particular.

Así pues, se hallaba en su infierno estacional, allí encaramado en la plaza de aquel pueblo en lo alto, bajo una de aquellas farolas que tanto le gustaban: las negras que formaban un tridente a lo alto, con una especie de candiles; y junto a la barandilla que casi daba al precipicio, meciéndose entre el pensamiento de una persona en tierra firme que realmente vive, y el pensamiento de un pájaro que sobrevuela toda forma de vida.
Se durmió allí, mientras se apretaba las manos contra la entrepierna, para calentárselas. La gente, lejos de lo quería él, ni se alejaba ni se acercaba. Permanecía impasible, vivían su vida y no parecían mezclarse ambas esferas, a modo de estamentos cerrados.

-Un alma rota, supongo.

Se sobresaltó. Quién iría a despertarle ahora, que había concebido el sueño y estaba aletargado.
Miró al sitio de donde provenía la voz. El otro lado de la farola.

-Y atormentada por este frío.-contestó el chico.

La sombra se acercó, hasta ponerse al lado de él. Se llamaba Noa. Atendía el bar de la plaza, aquel al que nuestro chico iba a hacer sus necesidades cuando así lo necesitaba, pero obviamente, sin pagar.

Noa no iba como él, en cuanto a ropa se refiere. Parecía que se había escapado de casa. También era un alma rota, o compungida, como le decía mismamente.
La conversación duró poco. Pensaba el chico que no era bueno establecer con alguien una amistad tan pronto. El mundo le había enseñado que debía ir en todo más despacio: las cosas rápidas son rápidas, e imperfectas. No dan tiempo a forjar una perfección.
Así, no volvieron a hablar hasta dentro de tres días. El chico entraba al bar de Noa cabizbajo, pensando en si debería consumir, pero no tenía dinero; o si en miccionar en la calle, pero eso le deshonraría. Así, se limitaba a pensar "Ojos que no ven, corazón que no siente", y entraba al bar sin mirar a nadie, se sentía como no visto.
Hablaban por la noche, irregularmente. Más o menos cada tres días. Luego cada dos. Finalmente, todas las noches.
La amistad estaba empezando a forjarse. No hacía falta contarse problemas, ya que cada cual consideraría el suyo más importante. Por ello, tenían una empatía en la que cuidaban el uno del otro.

-Me gusta estar contigo, pero no te quiero.
-Yo tampoco.

Pero en el fondo, se necesitaban. Necesitaban tener a alguien que los necesitase.
Esa cercanía y esa necesidad lanzaban sus labios al aire. Se besaban con una fuerza tremenda. Se besaban, se acostaban, y de vez en cuando se oía un
Ya no duermo, ya no como, ya no sé si puedo ir organizando mis ideas, sacar fuerzas de donde no tengo para levantarme...

No olvidaban sus historias amorosas anteriores. Pero se necesitaban. Hacían el amor y se pegaban. Era una escena extraña. Mientras lo hacían, incluso llegaron a los puñetazos una vez. Tanto uno como otro. Se imaginaban estar con la otra persona, y debían romper la imagen creada en su cabeza, a la vez que descargaban su ira.
Hoy te saco de mi cama y de mi historia, de mi vida y de todas mis memorias, hoy te saco de mi cuerpo para no volverte a amar...
, era el canto de la pelea.

Pero en uno de aquellos forcejeos, donde Noa le pegó un puñetazo en el pecho al chico, y éste le devolvió uno en la boca, Noa cayó al suelo. El chico se acercó, cuidándole, hasta que ambos vieron desde el suelo, en la parte más inferior del banco de piedra, una inscripción: "Y en él, ocurrían extrañezas, tanto buenas como malas. A cada uno lo que se merece".

Ni pensaron en la inscripción. ¿Quién merecería algo bueno? Ellos siguieron sus andanzas. Besos. Lágrimas. Sexo. Golpes. Necesidad.

¿Y quién dice que no siguieron así por mucho tiempo? ¿Y que tras tantos años de esta práctica no surgió el amor? Y que sabían que estaban juntos no por ellos, sino por las otras personas. Y que se comprarían una casa y vivirían juntos. Y que los golpes seguían, pero los necesitaban. Y que un día tendrían esta conversación:
-¿Me querías? -No. -Yo tampoco

jueves, 18 de noviembre de 2010

¿Cambias?

A lo mejor una persona que “cambia” en su vida, en realidad no cambia. Puesto que todos cambiamos, más o menos intensamente, pero cambiamos. Entonces, este cambio es una tendencia, pero una tendencia que no cambia, es constante. Es como nuestra naturaleza, tendemos a ello. Si así es, no supone un cambio en sí.
Sin embargo, puede que aquel que no cambia en realidad esté cambiando todo el rato: sólo que su cambio es para devolverlo a su estado inicial. Es un cambio progresivo y minucioso que impide que desde fuera se aprecie el gran cambio. Es un empeño en no seguir esa tendencia, es un cambio para no cambiar.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Sí. Estocolmo.

Tras meditarlo mucho, darle muchas vueltas como siempre a las cosas, pensar en lo bueno y en lo malo, volver a pensar por si había algo que se le había quedado olvidado, pensar en ideas como la justicia, el misticismo, la practicidad, etc... Andrea fue al psicólogo.
Sabía que no era nada del otro mundo, que era lo más normal y lo mejor, que nadie le miraría raro, pero fue una decisión que le costó tomar, debido a su indecisión.
Allí, en las sesiones, la quietud reinaba, y eso llegaba a ser molesto. No respiraba fuerte porque incluso le atormentaba el hacer que otra persona escuchase su respiración, y así atormentarle. Quietud, rigidez, contención de aire, para agradar.
Poco a poco se fue desenvolviendo, todo empezó a fluir y lo más prohibido que escondía afloró a superficie. Todos esos detalles que a nadie contaba, tal vez a alguna amiga, pero muy de pasada. Contaba detalles sexuales pormenorizados, en el fondo sentía culpa y no sabía por qué.
El profesional escuchaba, callado siempre, no era necesario utilizar palabras. Bastaba con los más simples movimientos faciales para denotar calma, tranquilizar, proseguir, asentir dando a entender que en ese momento sí que fallaste, complicidad.
Tenía prohibido los acercamientos más de lo debido con sus pacientes. Tanto éticamente por su intrínseca persona, como por la facultad, donde le habían repetido que nunca se puede pasar a algo más con un paciente.
Pero su belleza era tal, que lo corrompía.
Pero sus palabras, en vez de tratar él al paciente, surtían el efecto contrario. El paciente convertía al profesional, sus argumentos tan idealísticos, aunque también pesimistas arrastraban al oyente como si de una fuerza gravitatoria se tratase: sólo que a la vez, las órbitas eran dobles, siamesas. El paciente había confiado tanto que parecía que su voluntad había consumido su fecha de caducidad, no le quedaba nada.
Un día oscuro, pero más claro que la oscuridad total..¿qué más da ya...?...El doctor lo miró concentrando todo su pensamiento en una palabra, un ideal, ese ideal que había hecho que los dos se encontraran allí.
Andrea torció el tobillo.
El "profesional" supo que controlaba.