domingo, 2 de agosto de 2015

O.N.L.Y. (One Night Loving You)

Desde aquí en lo alto,
desde este escalón a ras del suelo,
os veo correr, os veo chocar, os veo guerrear.
Del portal de tu casa, al puente donde se pararán los algodones
para que se vean reflejados tus pensamientos sobre el allegro del tiempo,
te veo seguir inconscientemente decidido a un estuario de palabras ávidas, marqueadas y despreocupadas.
Te veo desde aquí en lo infraalto
porque respiro pareado
porque me di cuenta de que siempre te miro pero no te vi
quizás hasta hoy.
Y vi que eres efímero para el mundo, como todos esos que corren, chocan y guerrean.
Te vi y te desperté para un nuevo mundo aunque no te des cuenta.
El triunfo de lo débil y lo mortal frente a la inmundicia perenne e invencible.
Y te escribí, como quien firma su propia sentencia de muerte, porque aquella noche te amé tanto,
que siempre me he sentido sólo después.
Cuando ya no te pude mirar, pero sí ver.
Solamente, desde aquí, donde males mal cuidados hacen más perdedor y menos mortal.

miércoles, 15 de abril de 2015

Un monstruo como yo

Se me arruga la nariz, sólo recuerdo algunas cosas...

Silencio en la cena
Me acuerdo de querer irme a casa (ya había tenido bastante con aquel día tan extraño para mí), de querer quitarme esa ropa pordiosera a modo de disfraz que llevaba puesta (puesta no, amarrada, porque ninguna prenda era de mi talla), de querer comer lo que me apeteciera (sin tener que oír que no tenían de eso, o que tenía que esperar, o simplemente, de que se creyeran que esos platos realmente tenían alguna calidad), así que cené sin ninguna gana, dejando en ti todas las elecciones, los últimos trozos y cuanto quisieras.
Recuerdo el silencio en la cena, que me permitió fijarme en todos tus detalles. Normal. No estabas mal. Sí, eras bonita. Se podría decir que me gustabas. Bueno, quizá eras espectacular. Y extraordinaria. Eras única. (Y así con todo).

En caso de que no sepas
Y así con todo.
Eras única y no podía dejarte escapar. Así que te agarré el culo y tu ambigüedad me sugirió que te presionase para hacerte comprender que no podías rechazar la oferta de dormir en mi palacio.
- ¡¿En tu palacio?!
- Sí. En la habitación de mi palacio.
- ¿Tú eres, digo, perdóneme, usted es de la familia Keszthely?
- El heredero, en efecto.
- Disculpe, no entiendo nada. ¿Pero qué hace usted aquí?
- Probar la vida de la gente normal. Me aburro en el palacio. ¿Te apetece ir? Rápido, que tengo ganas de quitarme esta porquería y este olor. Sin ofender.

Aceptaste y allí te tuve, entrando a escondidas. Alcanzaste a tocar con tus pies descalzos las sábanas de mi cama, al igual que mis dedos alcanzaban tu espalda, cuando te dije "¿Echamos un polvo?".

Prostitución emocional
Y mi éxtasis fue el saber que preferías que te contara una historia, así que, en silencio, te cogí de la mano, limpié tus zapatos, te los puse y salimos a la calle. "Ya sabes mi dirección para algún futuro presente". No era aquello lo que esperabas.
Y así con todo.
Qué buena idea. Y no me importó oler mal, o llevar ropa fea, o rapiñar algo que llevarse a la boca a las una de la madrugada: estaba contigo.
Forzosamente, llega el mañana. Y no sabíamos si había sido un bello sueño o una mala pesadilla.
Pero te veo, al día siguiente. Descubrí que no me importaba disfrazarme todos los días. Empezaba a gustarme aquel tacto, aquel olor, aquellos modales (o falta de ellos), y por tanto, aquel silencio en las cenas, donde (aunque me costaba hacerme al gusto de aquellos "platos") te observaba, y te pedía con la mirada que no cambiaras jamás.

La peligrosidad de los bucles de retroalimentación
Sin ir a más, sin ir a más, hasta que ya no se pueda más, hasta que no exista el bucle. Hasta descubrir que ni siquiera sabías cuál era la residencia de los Keszthely, porque yo no era uno de ellos.

- Escapa de mí. Encuentra el príncipe que creías haber encontrado en mí. Vete. Vive lejos de este monstruo.

Tu cara se aterrorizaba al escuchar estas palabras. Sí, al fin comprendías por qué te llamaban loca, por qué la gente se reía de ti: ese príncipe no existía. Creías haber encontrado un príncipe en un monstruo como yo: mentiroso, ladrón, bandido, un terrorista emocional.

Dirección: mirador de palacio
Lloré. Me rendí. Me habitué. No es aquello lo que esperaba (y así con todo), pero a ti no te podía mentir.
A ti no. Te subía al trono en mis sueños.
Tú conocías mi dirección, pero yo no la tuya. Investigué, corrí por toda la ciudad con los harapos que tanto odiaba, hasta que supe que vivías en un destartalado bloque, con feos toldos verdes, fachadas raídas de desperfectos y una maraña de hilos y demás materiales que era lo más bello que había visto nunca, porque tú estabas ahí dentro.
Con mis estafas, mis extorsiones y mi forma de ganarme la vida, compré un terreno frente a tu edificio. Vendí todos mis bienes y pude construir un bello palacio, con las mejores vistas del mundo. Dejé mi mala vida, y no me quedaba otra que limpiar zapatos, como una vez lo hice contigo.
Y ahora, que llegó el presente, me entretengo intentando adivinar cuál será tu balcón (porque nunca te he visto asomada a ninguno), cuál será tu dirección. Mientras tanto, te esperaré dando vueltas por este palacio, por si vienes, pero si no, no importa, porque seguro que te veré mañana.


(me repetía a mí mismo, para no desistir).

lunes, 16 de febrero de 2015

Perdónome

- ¿Qué hace una chica tan guapa como tú por aquí sola?-te pregunté, porque de verdad estabas sola en aquella barra de bar. Te estaba mirando desde hacía rato y no ibas con nadie. Y si esperabas a alguien, se estaba demorando demasiado. Y nadie se acercaba a ti, aún siendo la más guapa de aquel local.

Vi en tus ojos el miedo, el nerviosismo, el placer que más tarde me darías.

- Me he peleado con mis amigas y aquí estoy, dándome una vuelta.-lo que me demostró que era una chica con carácter.

-"Bien"-pensé-. ¿Te apetece tomar algo? Va, te invito a una cerveza.


Y así fue como más tarde sí, me darías el placer de conocerte más, y de tú conocer cada parte de mi cuerpo, hasta que te agarré y te dije que si íbamos a la farmacia, que no llevaba encima. Pero me dijiste que "mejor mañana", y no tuve más remedio que perdonarte.

Fuiste una chica buena: fuiste mala en la cama. Y empezaste a caerme bien, aunque sabía que eras una niñata.
Nuestros personajes - los polos.
Nuestros cuerpos - la gravedad.

A mí no me gustaban las canciones ñoñas y repelentes que me cantabas "we're all wonderful, wonderful people", ni los rollos que me metías, pero sabía que yo te encantaba. Y tú me mirabas como la cosa más bella. Lo sé, se te notaba en la mirada.
Yo estaba tan encantado con tus regalos, tus detalles y tus planes, aunque he de confesar que me daba cierta pereza, a fin de cuentas acabábamos en la cama y era donde mejor lo pasábamos. Pero una vez hice una excepción y te concedí hacer un viaje juntos, total, no tenía nada que hacer y nunca había estado allí.

Recuerdo unas casas de madera con una humedad que sólo invitaba a beber cerveza, y te recuerdo a ti con mi nombre en tus labios, cuando tras muchas cervezas y sexo de por medio (o al revés, mucho sexo y cervezas de por medio), te tatuaste mis iniciales en ese sitio, aquella noche de locura.
Cada inicial en un extremo de tus labios, se rasgaba la comisura y mis iniciales sufrían un orgasmo. Tu mirada pidiendo clemencia.
Fingiendo pedirla.
Porque te encantaba.
Y una vez más, te perdono.

Hasta que empezaste a cambiar. Te veía más fría. Ya se te pasará, yo también tengo mis problemas.

Hasta que un día te vi por la calle con otra persona.
Vi tus ojos chispear como nunca. Como cuando yo te conocí aquella noche. O más.
Estabas nerviosa y tu corazón a mil por hora.
Temblabas y se te entrecortaba la respiración.
Me di cuenta de que te había perdido.


Así que escondí la rosa que iba a entregarte en mano y me fui lejos, alto, y tú por debajo de mí, como si estuvieras dos metros por debajo mía y éste fuera el último adiós. Lanzándotela en vez de entregártela con un beso, que es lo que solía hacer.

Y caí en la cuenta de que creo que era mi mirada la que quería verte enamorada de mí. Creo que era yo quien te pedía clemencia.
Creo que era yo quien llevaba tatuadas tus iniciales en mis labios, y que sólo te los calqué aquella noche para hacerte sentir mía.
Y esta vez, perdónome.