martes, 29 de marzo de 2011

The time of our lives

Dicen que cuando se es mayor, el tiempo de tu vida más feliz se asocia a tu juventud.
Sólo quiero deciros que gracias por estar ahí y compartir tantos momentos conmigo. Esto que estamos viviendo ahora lo recordaremos luego y querremos volver a este tiempo. Mientras tanto, a disfrutar.
Porque los buenos momentos son incontables, tanto lo más planeado como lo más insignificante y cotidiano; y los malos momentos hacéis que pasen enseguida.
Smile, amig@.
Os quiero.

sábado, 19 de marzo de 2011

Algo en ti huele a vainilla

Sale de La Casa con su pañuelo dado una vuelta y media alrededor de su cuello.
Se sienta en un escalón del portal de su chalé. Para ella, "La Casa" se circunscribía a su habitación: allí donde estaba segura, donde se quitaba los zapatos después de un largo día y sentía como si estuviera caminando en una nube.
Hace bastante tiempo, solía pensar que siempre dormiría con los pies descalzos, que eran mucho más sexys. Ahora, duerme siempre con calcetines. Quizá alguna vez se quita alguno poco a poco con la ayuda del otro pie.
Sí, no era la misma. Había descubierto el amor y el desamor; la vanidad y el sexo: el dolor frío y caliente, la (im)perfección.
Ella era Vainilla.

Un mensaje le llega a las diez de la noche.
"Podrías estar a las diez y media en mi oficina".

Sin preguntas, sin rodeos. Un mandato condional, pero cuya respuesta sólo podía ser sí. ¿Y qué respuesta? Ni eso. No le han preguntado nada. Se daba por hecho que estaría allí.

Era la experta en sexo y parecía que daba clases de ello. Todos querían conocerla.
Lo que la gente no sabía, es que ella no sabía nada. Iba inventando sus cosas, descubriendo cada vez cosas nuevas. No había empezado en ese mundo por voluntad. Lo había hecho porque no le quedaba otra opción: lo necesitaba.
Estaba harta de ser la pobre, indefensa e ignorante chica buena. Sí, ahora se darían cuenta de quién podría llegar a ser. Ésta soy yo.

Lo que años atrás le hubiera parecido sacado de un relato jocoso, lo sentía ahora en su cuerpo. Las rodillas raspadas y amoratadas, algunas zonas del cuerpo enrojecidas a modo de inflamación, sangre esporádica.

Ésa era ella. Pero no se sentía bien. Dicen a menudo que lo lejano se recuerda más feliz. Se supone que el tiempo borra antes los malos recuerdos que los buenos.
Poco a poco fue volviendo atrás en el tiempo. Sus anteriores parejas las veía como buenas. Ella creía haber tenido la culpa siempre de todo. Siguió retrocediendo hasta llegar a su infancia. Pensó que era la mejor época de su vida.
Cuando lo más bonito y tierno era un dibujo mal hecho. Cuando no importaba nada más.

Así pues, combinó su vida con la vida que deseaba llevar.
Volvía de un bar, la recogía su hermana.

-¿Qué tal ha ido? Oye, ¿hay rotuladores en la casa?
-¿De color?
-Sí.
-Se me han perdido.-decía, y seguía caminando dos metros por delante, con la mirada en el suelo.


Volvía a La Casa, impregnaba con su colonia dulzona su pañuelo y aspiraba el olor. Daba una o dos vueltas del gusto, hasta que siempre tenía que adelantar el pie derecho porque perdía el equilibrio. Se había propuesto encontrar la imperfección total.
Puesto que ella había creído caminar hacia la perfección, que le había traído una vida que no le gustaba; se dedicó a buscar lo imperfecto.
Hacía un dibujo mal hecho, a drede. Sí, está mal hecho, pero peca de forzado. No, no es perfecto obviamente, pero no es imperfecto del todo.

Cierto día, un chico trató de ayudarla. Ese cierto chico la había querido desde siempre, y cada vez la conocía mejor. Sin mediar palabra, se apuntó a la moda de encontrar la imperfección. Cuando coincidían charlaban:

-Fíjate, esa plaza adornada con flores. Está bonita, pero no me gusta, está demasiado pensado.
-Sí, tal vez si estuvieran desordenadas las rosas estaría más bonito.
-En efecto, tanto orden pierde veracidad.

El chico trató de dibujar el dibujo perfecto para ella.
Un día le llevó un sol con una cara sonriente.
Sí, no estaba mal, pero no era lo que buscaba.

Al siguiente día, dibujó al sol unos mofletes sonrojados y unos rayos más variables en extensión y trazado: rectos, curvados.
Sí, había mejorado, pero no, no era auténtico.

El chico se desmoralizaba.
-Cuidado, no te dejes embelesar por el aroma de la vainilla. Es cautivadora, estimuladora, afrodisíaca, pero en exceso es peligrosa.-le dijo una vez su abuela.

Había encontrado la solución. Ya lo sabía, y sí, daría en el clavo.
Se acordó de cuando se conocieron, y de cuando ella le mostró su cajita de los recuerdos. Había un dibujo allí de cuando ella era pequeña.
Una tarde, sin que se diera cuenta, buscó y cogió el dibujo.
Se lo llevó a su casa, donde lo calcó; y el original lo puso en su sitio la tarde siguiente.

Ya tenía el dibujo calcado, coloreado con otros colores, pero en esencia era el mismo. Estaba preparado, pero hacía falta algo más.

-Tengo que hablar contigo. He encontrado lo que querías. Esta tarde voy a tu casa.

Se presentó en La Casa, y le entregó una funda de plástico. En ella, un papel en el que decía:

Sé que no soy nadie.
Sé que no puede ser posible.
No hay esperanza para mí, no importa. No tienes nada que hacer conmigo.
No importa cómo lo intente, no me amarías.
Y a pesar de que es imposible, y que no soy el indicado para ti, déjame guardarte en mi corazón hasta que el tiempo acabe.
No sé cuánto tiempo me llevará el borrarte de mi mente.
No sé cuándo podré amar otra vez.

En la parte de atrás, reconoció el dibujo más bello que había en la faz de la Tierra: el que ella había hecho cuando tan sólo contaba dos años de edad.
Una casita con el tejado triangular rojo, inclinado hacia la derecha. Un prado totalmente rectilíneo con tres árboles a la derecha. Un sol que sonríe y se sonroja, y que lanza sus rayos irregulares sobre el resto del folio.

Sus ojos se abrían poco a poco. Su iris parecía temblar de arriba a abajo, mientras que sus labios quedaban separados por unos escasos milímetros. Se le formaba una pequeña arruga en el moflete, entre la nariz y el párpado inferior.

Lo había conseguido. Lo amaba. Sí, esa reacción que había provocado en ella precipitó sus sentimientos en él. Lo amaba.

Sin embargo, él se hallaba inmóvil.

Algo en él huele a vainilla.

Ella trató de animarlo, felicitándolo y sonriendo por primera vez en mucho tiempo.
-¡Has cambiado los colores! ¿Dónde has dejado los rotuladores?-le preguntó.
-No sé. Se me han perdido creo.-contestó con la mirada perdida y contaminada.

Algo en ti huele a vainilla.

lunes, 7 de marzo de 2011

Lo inolvidable es inútil escribirlo

Una vez subí a una colina en la que había una pequeña ermita.
Serían las cuatro y media de la tarde más o menos. Era un día de verano y hacía mucho sol.
Creo que ese día escribí lo más bonito que he escrito nunca.
Pero sin embargo, creo que tiré la hoja en cuanto terminé de escribir.
¿Para qué? Si me acuerdo de todo.
Es cierto que escribiendo se transmite mucho, pero a veces es preferible guardarse píldoras orales.

domingo, 6 de marzo de 2011

Ella era agua

-Ding
-Dong
-Ding dong
-¡Venga, preparaos, que ya empiezan!
-Lo siento, me encuentro mal, tengo que ir al servicio.
-Pero date prisa, que te vas a perder las campanadas.
-No te preocupes, al fin y al cabo sólo son uvas. No tardaré.

Esta conversación puede ser sacada del archivo del 2007. O del 2008. Bueno, quizás también del 2009, y del 2010... Lo cierto es que era una tradición para María. Todas las nocheviejas, desaparecía misteriosamente en el momento de las uvas, alegando problemas repentinos de salud, una llamada, lo que fuere.
Aunque ella atribuía a las uvas un valor cotidiano y nada especial; sí que volcaba todo su rito y necesidad en sus bordados.
Era muy sencillo su rito. Segundos antes, se ponía a bordar. Las campanadas reflejaban cómo serían los meses del año. Si daba una puntada perfecta, sería un mes perfecto. Si una puntada le había supuesto mayor afino, iba a ser un mes de transición. Si la puntada le había salido mal, o si sentía que el tejido que penetraba lo había notado más duro de lo normal, no esperaba nada bueno.
Así adivinó cuándo iba a quedarse embarazada. También cuando iba a pasar un verano inolvidable. Cuándo todo se iría al traste.

María pensaba en las propiedades físicas de los cuerpos. Pensaba por ejemplo, la rapidez con la que se calientan y enfrían la mayoría de los cuerpos sólidos. El agua tiene más memoria para ello, tarda más, es más lenta tanto en uno como en otro sentido. Sí, sin duda ella era agua. Pero sentía que era un oasis en medio del desierto, el mismo que pasa de estar a 50º durante el día que a -10º por la noche.

Esa noche, cogió la tela y empezó a bordar. No sentía ni que iban a ser ni buenos ni malos meses. Sin embargo, sentía en su cuerpo un lugar que se resentía. Se tocó la cara. Una cicatriz de este año. Pensó que había llegado el momento de dar un giro, cambiar. Sería un año diferente. Eso lleva sus riesgos.
Cogió la aguja y se la clavó en el dedo.
Definitivamente, había logrado que todo el año fuera especial, había conseguido un color imposible de igualar. No había dos en el mundo así.