martes, 20 de septiembre de 2016

Aridez

Aridez en la belleza
Todas las tierras parece que se han vuelto más blancas, más desprotegidas, más desnudas al aire. Aquella Perséfone ha sido raptada -o asesinada- porque no vuelve aunque se la invoque. Los zahoríes danzan y claman por la lluvia pero los cultivos no crecen, y lo que es peor, la gente emigra.

Aridez en el amor
La gente emigra y el pueblo se vacía de recuerdos. Envejece tanto que la proporcionalidad se rompe. El pueblo no convence a otros, pero es que los nuevos que llegan -gente errante, de otra cultura, de otra vida- no convencen al pueblo, que sigue empeñado en que algún día todo vuelva a ser como antes. Pero nada es como antes. En todo caso, parecido -mejor o peor- pero no igual.


Y te vi, con esa aridez en la mirada, de quien solo ha contemplado desierto -desierto de calor, desierto de arena, desierto frío, desierto solitario, un desierto desierto... porque tus ojos estaban imbatibles, firmes y decididos a no escuchar, aunque como si de un oasis vítreo se tratara, escondían lágrimas que pude intuir, porque hacía años que las había provocado yo.
Y supe que no querrías, y que querías contribuir a mi (creciente) aridez.

La aridez llega al bolígrafo, que no acierta a escribir, porque está preocupado por su supervivencia.
Y porque estoy enganchado.
La gente del desierto es la de mejor corazón y lo sé de primera mano.
No puedo esperar a esta noche...