lunes, 25 de julio de 2011

Dedos de seda. (2/2)

Cuando toca el piano, camina entre las páginas del día arrastrándolas con la corriente de sus yemas. La imagen de su cara, que parece desvanecerse en el espejo. Se refugia en un piano blanco que la protegerá, aunque no sea una chica pura, como un vientre que protege a un niño. No más lágrimas, pero sí rabia e ira.

Porque es frágil y fuerte en su camino. Ella ha sabido continuar con su vida, sobreponerse a las adversidades y tener un papel en el mundo, por pequeño que sea.
Porque ella sabe que tiene un don para la música, que sus manos bailan en las escaleras de marfil, que su corazón levita sobre las superficies alternas blancas y negras.
No es que sea vanidosa, pero le gusta saber que el vecino la observa por las noches. Útil: así se siente. Por eso, guarda su mejor técnica para este momento; cuando a mitad de noche se levanta y se sienta en su banqueta blanca. Es luz ardiendo en medianoche.
Le sobrevienen recuerdos a la mente. No necesitaba estar en un prado con flores y un sol radiante para ser feliz. Le bastaba con estar en su habitación, con una lluvia matutina para ponerse de puntillas y encoger el cuello, y sentir el tacto de él haciéndole cosquillas, y ella elevándose, formando cada vez más arrugas, cerrando los ojos, sonriendo, hinchando el pecho.
Que luego vendría el accidente de coche, donde no recordaba qué pasó exactamente. Quiere evitar el recuerdo de ver todo destrozado, y cómo un amigo suyo le tapa la nariz a otro, hasta que cuenta un minuto.

Un día envió una carta al chico que la observaba desde su ventana, invitándole a ir a casa.
En cuanto llegó, comenzó a tocar "Comptine d'un autre été". Porque frágil y fuerte era ella, sabía que desde el accidente, había perdido la memoria. No recordaba a las personas. Las interferencias se colaban en sus pensamientos como el agua omnipotente que se escurre por cualquier rincón.
Entregada al piano, observaba a la vez cómo el vecino se quedaba inmóvil detrás de ella.
En verdad, había algo en él que le sonaba familiar.
¿Será él quien la hacía levitar de felicidad?
Sí, es él.
¿Es él?
¿O fue quién contó un minuto?

Cuando toca el piano, camina entre las páginas del día arrastrándolas con la corriente de sus yemas. Le basta con estar en su comedor, a medianoche, para ponerse de puntillas y encoger el cuello. Se refugia en un piano blanco que la protegerá, aunque no sea una chica pura, como un vientre que protege a un niño. Sentir el tacto de él haciéndole cosquillas, y ella elevándose, formando cada vez más arrugas. No más lágrimas, ni rabia ni ira. Cerrando los ojos, sonriendo, hinchando el pecho.

sábado, 23 de julio de 2011

Una corbata de seda. (1/2)

Sus manos acariciaban las teclas como si recorriera la piel de alguien.
Sus dedos se zambullían en el aire como una juvenil pasión desenfrenada.
Toda ella mimaba al piano, tocaba las teclas que producían el sonido más exacto y exquisito, sabía lo que tenía que hacer para conseguir el placer.

Todas las noches, él se arrimaba a su ventana para verla tocar el piano blanco. Se hallaba prendado de aquella situación. Su banqueta también blanca, protegida con un pequeño cojín donde se sentaba la chica.
Ella sabía de su existencia, pero no lo miraba.
El chico vivía una vida ajetreada.
Viajaba mucho, por motivos de trabajo.
Sus padres estaban divorciados, también tenía que ir y venir de sus respectivas casas.
En el terreno amoroso, había tenido bastantes parejas. Empezó creyendo en el amor único, pero cuando se dio cuenta de que lo utilizaron, comenzó a utilizar a las chicas igualmente.

Su vida era un ir y venir de un lado a otro, de una situación a otra. Pasar de momentos de agobio al relax. Del placer al odio. Del sentirse querido al encontrarse solo aunque estuviera rodeado de gente.

Todo eso cambiaba cuando estaba en su piso nuevo. Contemplar a la pianista le hacía salir de su mundo y ver todo desde fuera.

Su habilidad de observador en la oscuridad quedó descubierta: le llegó una pequeña carta procedente de su vecina. Le invitaba a ir una noche a su casa, para oírla tocar. Cuando él quisiera, esa era la rutina de ella.

Un día que llegó del trabajo, fue a su casa sin ni siquiera cenar. La puerta estaba entreabierta. Pasó hasta la habitación y la encontró a ella, tocando "Comptine d'un autre été".
De pie, sin soltar su maletín, se desabrochó el primer botón de la camisa y se desaflojó la corbata.
Si todo fuera como él quisiera...
Quizá llegaría al clímax. Pero quizá si lo tienes todo, no sabrías que hacer primero para mantenerlo todo y no perder nada; y también por la incapacidad de sentir un momento especial sobre los demás momentos. Él se había dedicado a aguardar a la noche, para verla tocar. Era su gran momento del día.
Eso YA le daba un sentido a su día a día.

Cada percusión grave del piano le retumbaba en el pecho.

Sus manos acariciaban las teclas como si recorriera la piel de alguien.
Sus dedos se zambullían en el aire como una juvenil pasión desenfrenada.
Toda ella mimaba al piano, tocaba las teclas que producían el sonido más exacto y exquisito, sabía lo que tenía que hacer para conseguir el placer.