martes, 20 de septiembre de 2016

Aridez

Aridez en la belleza
Todas las tierras parece que se han vuelto más blancas, más desprotegidas, más desnudas al aire. Aquella Perséfone ha sido raptada -o asesinada- porque no vuelve aunque se la invoque. Los zahoríes danzan y claman por la lluvia pero los cultivos no crecen, y lo que es peor, la gente emigra.

Aridez en el amor
La gente emigra y el pueblo se vacía de recuerdos. Envejece tanto que la proporcionalidad se rompe. El pueblo no convence a otros, pero es que los nuevos que llegan -gente errante, de otra cultura, de otra vida- no convencen al pueblo, que sigue empeñado en que algún día todo vuelva a ser como antes. Pero nada es como antes. En todo caso, parecido -mejor o peor- pero no igual.


Y te vi, con esa aridez en la mirada, de quien solo ha contemplado desierto -desierto de calor, desierto de arena, desierto frío, desierto solitario, un desierto desierto... porque tus ojos estaban imbatibles, firmes y decididos a no escuchar, aunque como si de un oasis vítreo se tratara, escondían lágrimas que pude intuir, porque hacía años que las había provocado yo.
Y supe que no querrías, y que querías contribuir a mi (creciente) aridez.

La aridez llega al bolígrafo, que no acierta a escribir, porque está preocupado por su supervivencia.
Y porque estoy enganchado.
La gente del desierto es la de mejor corazón y lo sé de primera mano.
No puedo esperar a esta noche...

sábado, 9 de julio de 2016

La derrota (Misunderstandings)

Por qué te dejas atrapar
Por qué les crees
Quieren que pienses que NO
pero sabes que SÍ
porque te he contestado SÍ muchas veces:
cada vez que te miraba
cada vez que te cogía
cada vez que te decía que no te fueras
que echaría de menos el sabor de tus besos
Todas esas veces te dije SÍ
Así que no caigas en la derrota de pensar un NO
No temas
No preguntes
No creas
Todo lo que digo, porque es demagogia.

La poesía es demagogia.
Todo es falso, son cosas sacadas de contexto que sólo buscan emocionar y engañar.
No creo en la poesía.
No creo que lo que versas sea verdad.
Acaso no crees que muero por ti,
que mis huesos cuestan levantar si sé que no piensas en mí,
que mis puños sangran de arrepentirse dejarte ir,
que mi voz tiembla cuando te veo aparecer,
que mis latidos se precipitan al vacío si tú me ignoras,
que mis últimos cinco minutos del día son para ti
Y mis cinco primeros.
Acaso no crees que no escribo esto por ti.
Si lees todo esto,
y al final del día no tengo una llamada,
no creas que me daré por vencido:
creeré que no lo has leído,
porque no se me ocurre mejor cosa que decirte
que eres mi inspiración
y que eres tú el autor de todo esto.
¿Acaso no te crees...?

sábado, 14 de mayo de 2016

Seis. Hay seis. SEIS.

Una vez una persona muy especial para mí me invitó a dar un paseo por la montaña y me contó una historia.

“Hay seis vientos del bosque según los estonios, un pueblo que venera a los árboles. Esta comunidad considera a los arboles como lo más sagrado, se reúnen en fechas señaladas para ofrecerles sus almas. Son los que perviven cientos de años. Son los que dan vida y los que impregnan al viento de pureza. Por ello, no sólo los miran y los sienten en sus ojos, sino que sus ramas mecidas por el viento las sienten en sus oídos, en su estómago, en su corazón. Cuentan que cada viento que te toca, te pone de un estado de ánimo. Yo he visto a una persona vagar por el bosque sin rumbo más aparente que morar en cada recoveco para absorber aire.

Seis
Hay seis
Seis

He recorrido cientos de bosques y he experimentado muchas sensaciones. Algunas puras, otras mezcladas de varios vientos. Al fin, me he dado cuenta de que esas sensaciones se repiten, no importa donde estés ni con quien vayas. Me gustaría contarte que he descubierto alguna nueva, pero todas las sensaciones me recuerdan a aquellas que ya he vivido y tocado. Se ve que el ser humano es limitado y no puede albergar más de unas cuantas. Todo suena a algo.
Después de tantas aventuras, he logrado escuchar al viento, quedándome en silencio para poder oír su nombre, comprender su historia, e intentar adivinar a donde se dirige y cuál es su propósito en la atmósfera.
De este modo conocí a Wiii, el viento de la alegría, de la velocidad, del éxtasis, que provoca que apretemos los ojos, que abramos la boca, que riamos, que nos lo traguemos, que tosamos… Lo conocí cuando me monté por primera vez en el coche de un desconocido, una noche de fiesta y me paseó por toda la ciudad mientras yo iba bebido. Sentía que eso era la juventud, que se trataba de hacer locuras y pasarlo bien. Disfruté mucho.“

(Levantó los brazos y sacó un dedo. Uno.)

-¿Por qué haces ese gesto?-le pregunté.
-Porque ya he sentido ese viento. Lo conozco, y es mi saludo hacia él.

“Otra noche me encontré con Hmmm, un viento que me tocó y me hizo estar reflexivo, meditativo. Sentí culpa por no ser como debería ser, por no haber actuado como debía haberlo hecho. Hmmm me dijo que debía rectificar, que podría arreglarlo todo. En cierto modo, fue un viento que me hizo sentir mal, pero también esperanzado.”

(Volvió a levantar los brazos y sacó dos dedos. Dos.)


“Awww ha sido el mejor viento que recuerdo. No es que lo haya encontrado muchas veces, pero cuando lo he sentido golpeándome en la cara y volando mis pelos lo he reconocido al instante: eres tú, Awww. Es un viento que si bien puede ser breve, me proporcionaba mucho placer. Placer de sentirse bien, a gusto. Cómodo. Es un viento que te acaricia, del que se te mete por el cuello de la camisa cuando hace mucho calor.

(levanta los brazos y saca tres dedos. Tres.)


El que no me gusta nada es Brrrr, cuando hace este viento me enerva y me enfada. Me hace pensar que todo es una mierda y que debo huir, pero el viento es más rápido que yo y me alcanza, no me deja en paz. Así que lo odio.

(Levanta los brazos y saca cuatro dedos. Cuatro.)


Y luego está Sniff, un viento que es muy sensible y me cuenta sus penas. A veces me gusta escucharlo y me hace sentir bien, y otras veces me acompaña más tiempo del que me gustaría. Es un viento raro, porque mi cabeza quiere cambiarse de sitio pero mi cuerpo sigue estando ahí recibiéndolo.

(Levanta los brazos y saca cinco dedos. Cinco.)


Y esos son los vientos de los estonios. Trata de buscarlos y sentirlos… En la combinación de todos está la vida.”

-¿No eran seis? Seis. Hay seis vientos. ¡Dijiste que había seis!
Miró hacia otro lado, se había dado cuenta. Y tuvo que responder.
-Es que el otro no lo conozco. Sólo sé que dicen que… que es el que toda la gente quiere sentir, y por eso algunos se quedan atrapados en el bosque. Dicen que es un viento que pica en los ojos, es un viento que te abraza hacia adelante en tu camino, es un viento que no te abandona, te acompaña y te levanta la barbilla. Y no tiene nombre, no hay fonemas para expresarlo.

En ese momento, me quedé mirándolo, a él y al paisaje en el que estábamos, ensimismado, sin saber qué decir porque creo que sabía a qué se refería. Y me encontraba realmente emocionado.

Y justo en aquel momento, sacó sus brazos hacia mí, y sacó seis dedos.




_______





Qué bonito hubiera sido que hubiera sucedido así. Porque en realidad, el seis era nuestro gesto secreto para decirnos Te quiero. Y cuando decidiste no ser el viento que debía seguirme, fue cuando empecé a escuchar a los vientos, y cuando empecé a recorrer bosques y a conocer a Sniff, a Hmmm, a Brrr, a Awww y a Wiii. Y parece que no hay más nuevo, porque siempre te repites. Y terminé viniéndome a Estonia, y aquí estoy, viéndome desde lo alto, porque mi cuerpo yace en el recoveco del bosque, y mi corazón en las alturas.

Y entonces, volví a sacar los seis dedos.

Seis.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Sol de medianoche

Antes de que pierda la cabeza,
Dime a dónde tengo que ir.
Si habrá alguien, o sangre.
De una manera o de otra,
necesito estar cerca tuya.
Aunque sólo te vea por las noches,
Cuando el sol se va
y el brillo a mis ojos viene.
Y un día estaré contigo
-para estar contigo-
-un día que sea de día-
pero con tu luz.
De una manera o de otra,
con tu sol de medianoche.

viernes, 15 de enero de 2016

Los días que estoy sin mí

Hay días que hace frío (y lo detesto), así que me cabreo. Además, la pago contigo porque deberías cuidarme más y hacer que no me sintiera tan helado.
Hay algunos días que hace aún más frío, en los que voy más lento y me da tiempo a pensar por qué el chaquetón se me queda grande, si estaré adelgazando, o si me falta algo, o si es que está roto por algún lado porque el viento se escurre y me golpea.
Hay días en los que estoy sin ti y pienso que en vez de un chaquetón me hacen falta dos para suplir tu calor. Y como estoy solo, hablo conmigo mismo y me convenzo de que no debo ser tan exigente contigo, que debo estar más al margen.
-Todo eso pasa-me digo, mientras gano una batalla contra mi ego, y cada vez me hago más superviviente al necesitar menos.
Al fin y al cabo, siempre acepto... ¿qué mas da? Tengo la conciencia tranquila.
O no. A veces no. A veces creo que si algo va mal es por mí, porque no te he sabido escuchar, porque he sido egoísta, porque quería que me regalases algo a cambio de lo que yo te regalé (MAL: olvidé que no hay que esperar nada), o porque quería que tú me dijeses un Buenas noches cuando yo no podía hacerlo. Y siento que he actuado mal, que es mi culpa que estés así. No he sido lo bastante bueno. "Yo no me importo, soy fuerte y un superviviente", le digo al puto viento que se me cuela entre los calcetines.
Así que emprendo mi regreso a ti, te cedo mi chaquetón (los aventureros aguantan el frío), mientras de mi voz salen palabras como Perdóname por no haberte escuchado.
Hasta que la otra noche casi nos atropella un coche que seguramente iba bebido. Íbamos juntos y me soltaste de la mano para salvarte. Y pensé en tiempo atrás, lo que había hecho otra persona en una situación similar: íbamos separados, pero su reacción fue agarrarme la mano. Me acuerdo de pensar... "¿Por qué?", y oír como respuesta un "no sé, me ha salido".
Y el susto hizo despertar mi corazón, al ver que no somos tan fuertes como creemos, al ver que los supervivientes también mueren, y al ver cómo me había abandonado esos días.
Me di cuenta de que los días que paso contigo son los días que estoy sin mí.

miércoles, 6 de enero de 2016

La soledad de las cumbres

El cielo se llena de estelas vaporosas, de caminos translúcidos que se aproximan al cielo, que me acercan a ti y que me alejan de ti: me expando y te observo, me evaporo y te condenso en mis ojos.

Los más altos testigos no dejan indiferente a nadie, son los guardianes de la frontera, los mausoleos de las palabras.

Los podios no entienden del paso del tiempo: por mucho que su superficie se exponga a vientos inimaginables, los elegidos se vanaglorian de serlo, y honran con aquellas palabras a aquel dios que los puso donde están, y preguntan con aquellas gotas a aquel dios que los alejó en la altitud.

Descienden arterias dulces que transportan efluvios de chamanismo hasta poblados vírgenes, creyentes de lo inmediato e invisible.


- ¡No rías tanto! -decía Vata'a, el abuelo que todavía se mantenía con un cuerpo relativamente joven y robusto, a cada nieto, que jadeaban como perros las gracias de los apuestos arribados.

En efecto, los niños se volvían locos con la llegada de aquellos visitantes que tantas herramientas, historias y regalos traían del otro lado del mar. Su intención -lejos de resultar agresivamente conquistadora-, se volcaba hacia la incorporación pacífica: buscaban atraer y mostrar los beneficios de la anexión.
Su estrategia era sabia -y aún más valiente- ya que un enemigo deja de serlo si nos necesita, pero se afianza como tal si se guerrea contra él.
De esta manera, los niños de aquellos territorios estaban tan asombrados por lo magnífico que les era ofrecido que no dejaban de sonreír, de reír, o como decían sus abuelos, de jadear como perro detrás de un amo.

Trataban de preservar su identidad, lo que hacía posible su decisión y autonomía. Les decían a los niños:
- Reíd, sonreíd... pero no demasiado. Libera tus energías, achina los ojos y que penetra el alma de la naturaleza, pero no jadees como perro, no tengas siempre la boca abierta porque te entrarán malos espíritus, y no achines siempre los ojos porque perderás de vista tu camino.

Y quizás Vata'a era un viejo hombre que pasó la mayor parte de su vida serio, sin reír, pero cuando lo hacía, era su alma la que se partía en mil pedazos de felicidad.


La historia de las colonizaciones -tanto en su vertiente histórica como en su vertiente personal- la conocemos todos muy bien. No hace falta explicar que una atención novedosa embauca, y más si viene disfrazada de una fraternidad efímera.

Todo el mundo creía que había crecido bajo los pensamientos de las montañas, y sus preceptos parecían impregnar cada respuesta concebida y procesada, pero hacía mucho tiempo que dejaron de sentirlas, que tenían los ojos tan achinados que no veían más que los dos metros borrosos que los rodeaban, y que su boca estaba tan abierta que sus palabras no llegaban a serlo, pues carecían de significado.
Bajo el invisible disfraz de un Estoy muy ocupado o Soy muy feliz, al llegar a casa y despojarse de esa fina capa extrahogareña y prosocial, rebatía un vacío que sonaba alto, que recordaba a parajes abruptos.

Pero a pesar de las palabras de Vata'a, nadie parecía querer respirar la soledad de las cumbres. Estaban muy lejos, eran tortuosas, eran frías, eran bellamente difíciles de mostrar su belleza, tenían un lenguaje particular en su más etimológico sentido.

Y mientras que cada cima sireneaba Descúbreme a mí, intentaban no pensar, intentaban no intentar que las alcanzase... me pareció ver (a un océano de distancia) once, o doce, no sé, porque yo no sé si debo contarme entre ellas o no.