viernes, 26 de noviembre de 2010

Proverbios orientales

Entre las máximas escritas en el muro de Naoshige hay una que dice: “los asuntos serios deben tratarse con ligereza”.
El maestro Ittei comentó: “Los asuntos leves deben tratarse con mayor seriedad”.

martes, 23 de noviembre de 2010

Suscribo 100%

Extracto de "Nocilla Experience" de Agustín Fernández Mallo:

Y me acordé de aquel viejo chiste, ya sabes, el del tipo que va al psiquiatra y le dice “Doctor, mi hermano se ha vuelto loco, se cree una gallina”. Y el médico contesta “Bueno, ¿y por qué no hace que lo encierren?. Y el tipo le replica, “lo haría, pero es que necesito los huevos”.
Y en fin, creo que eso expresa muy bien lo que pienso sobre las relaciones personales, ¿saben?. Son completamente irracionales, disparatadas, absurdas, pero las seguimos manteniendo porque la mayoría de nosotros necesitamos los huevos.

sábado, 20 de noviembre de 2010

El egoísta

Se oteaba bien el terriorio circundante. Desde allí arriba, podía ver quién entraba al pueblo y quién salía de él. No sabía si deseaba que viniera mucha gente para sentirse arropado, y de alguna manera ser el centro de atención (ya se buscaría algún método, tal vez una borrachera, o un alarde de cualidades artísticas, o un momento en el cual mostrar su habilidad idiomática) o si querer que se alejara todo el mundo, que incluso la población de aquel pueblo se alejara, creara como una especie de perímetro de seguridad en torno a él. Así podría pensar, meditar, volverse sobre sí mismo y simular que alcanza un estado próximo a la perfección, la estabilidad, la quietud permanente contempladora de cuanto acontece.

Hecha jirones su ropa, en su estado tan precario como iba. Precario simulado, pues sus condiciones económicas por supuesto que le permitían ir mejor, pero le gustaba sentirse así: como un pasajero, un ser próximo a la naturaleza, sin necesidad de ponerse elegante para alcanzar la belleza. Su belleza residía en esa despreocupación, que parecía decir "Si me arreglara, verías cómo de guapo soy", que incitaba a descubrir detrás de aquellos ropajes, de aquella máscara envolvente que de vez en cuando adivinaba rotos.

No había leído mucho sobre la religión, pero sí que conocía la idea básica del infierno. Él se consideraba en cierto modo como un reptil: necesitaba el sol tanto como ellos. Le proporcionaba luz, calor y vida. Por ello, siempre que podía estaba al sol, incluso en verano. Los días soleados y calurosos eran una bendición. En cambio, el frío no lo soportaba. Por ello pensaba si la idea del infierno incandescente, repleto de fuego y llamas, no era una idea equivocada. Para él, el infierno debería ser algo próximo al frío, a la nieve, a una reducida luz, a un sentise desprotegido y necesitar cubrise, con lo que cubrías tu belleza. Para él, el infierno sólo difería en una letra de su significado: era el invierno. Claro que, cada uno tendrá el suyo particular.

Así pues, se hallaba en su infierno estacional, allí encaramado en la plaza de aquel pueblo en lo alto, bajo una de aquellas farolas que tanto le gustaban: las negras que formaban un tridente a lo alto, con una especie de candiles; y junto a la barandilla que casi daba al precipicio, meciéndose entre el pensamiento de una persona en tierra firme que realmente vive, y el pensamiento de un pájaro que sobrevuela toda forma de vida.
Se durmió allí, mientras se apretaba las manos contra la entrepierna, para calentárselas. La gente, lejos de lo quería él, ni se alejaba ni se acercaba. Permanecía impasible, vivían su vida y no parecían mezclarse ambas esferas, a modo de estamentos cerrados.

-Un alma rota, supongo.

Se sobresaltó. Quién iría a despertarle ahora, que había concebido el sueño y estaba aletargado.
Miró al sitio de donde provenía la voz. El otro lado de la farola.

-Y atormentada por este frío.-contestó el chico.

La sombra se acercó, hasta ponerse al lado de él. Se llamaba Noa. Atendía el bar de la plaza, aquel al que nuestro chico iba a hacer sus necesidades cuando así lo necesitaba, pero obviamente, sin pagar.

Noa no iba como él, en cuanto a ropa se refiere. Parecía que se había escapado de casa. También era un alma rota, o compungida, como le decía mismamente.
La conversación duró poco. Pensaba el chico que no era bueno establecer con alguien una amistad tan pronto. El mundo le había enseñado que debía ir en todo más despacio: las cosas rápidas son rápidas, e imperfectas. No dan tiempo a forjar una perfección.
Así, no volvieron a hablar hasta dentro de tres días. El chico entraba al bar de Noa cabizbajo, pensando en si debería consumir, pero no tenía dinero; o si en miccionar en la calle, pero eso le deshonraría. Así, se limitaba a pensar "Ojos que no ven, corazón que no siente", y entraba al bar sin mirar a nadie, se sentía como no visto.
Hablaban por la noche, irregularmente. Más o menos cada tres días. Luego cada dos. Finalmente, todas las noches.
La amistad estaba empezando a forjarse. No hacía falta contarse problemas, ya que cada cual consideraría el suyo más importante. Por ello, tenían una empatía en la que cuidaban el uno del otro.

-Me gusta estar contigo, pero no te quiero.
-Yo tampoco.

Pero en el fondo, se necesitaban. Necesitaban tener a alguien que los necesitase.
Esa cercanía y esa necesidad lanzaban sus labios al aire. Se besaban con una fuerza tremenda. Se besaban, se acostaban, y de vez en cuando se oía un
Ya no duermo, ya no como, ya no sé si puedo ir organizando mis ideas, sacar fuerzas de donde no tengo para levantarme...

No olvidaban sus historias amorosas anteriores. Pero se necesitaban. Hacían el amor y se pegaban. Era una escena extraña. Mientras lo hacían, incluso llegaron a los puñetazos una vez. Tanto uno como otro. Se imaginaban estar con la otra persona, y debían romper la imagen creada en su cabeza, a la vez que descargaban su ira.
Hoy te saco de mi cama y de mi historia, de mi vida y de todas mis memorias, hoy te saco de mi cuerpo para no volverte a amar...
, era el canto de la pelea.

Pero en uno de aquellos forcejeos, donde Noa le pegó un puñetazo en el pecho al chico, y éste le devolvió uno en la boca, Noa cayó al suelo. El chico se acercó, cuidándole, hasta que ambos vieron desde el suelo, en la parte más inferior del banco de piedra, una inscripción: "Y en él, ocurrían extrañezas, tanto buenas como malas. A cada uno lo que se merece".

Ni pensaron en la inscripción. ¿Quién merecería algo bueno? Ellos siguieron sus andanzas. Besos. Lágrimas. Sexo. Golpes. Necesidad.

¿Y quién dice que no siguieron así por mucho tiempo? ¿Y que tras tantos años de esta práctica no surgió el amor? Y que sabían que estaban juntos no por ellos, sino por las otras personas. Y que se comprarían una casa y vivirían juntos. Y que los golpes seguían, pero los necesitaban. Y que un día tendrían esta conversación:
-¿Me querías? -No. -Yo tampoco

jueves, 18 de noviembre de 2010

¿Cambias?

A lo mejor una persona que “cambia” en su vida, en realidad no cambia. Puesto que todos cambiamos, más o menos intensamente, pero cambiamos. Entonces, este cambio es una tendencia, pero una tendencia que no cambia, es constante. Es como nuestra naturaleza, tendemos a ello. Si así es, no supone un cambio en sí.
Sin embargo, puede que aquel que no cambia en realidad esté cambiando todo el rato: sólo que su cambio es para devolverlo a su estado inicial. Es un cambio progresivo y minucioso que impide que desde fuera se aprecie el gran cambio. Es un empeño en no seguir esa tendencia, es un cambio para no cambiar.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Sí. Estocolmo.

Tras meditarlo mucho, darle muchas vueltas como siempre a las cosas, pensar en lo bueno y en lo malo, volver a pensar por si había algo que se le había quedado olvidado, pensar en ideas como la justicia, el misticismo, la practicidad, etc... Andrea fue al psicólogo.
Sabía que no era nada del otro mundo, que era lo más normal y lo mejor, que nadie le miraría raro, pero fue una decisión que le costó tomar, debido a su indecisión.
Allí, en las sesiones, la quietud reinaba, y eso llegaba a ser molesto. No respiraba fuerte porque incluso le atormentaba el hacer que otra persona escuchase su respiración, y así atormentarle. Quietud, rigidez, contención de aire, para agradar.
Poco a poco se fue desenvolviendo, todo empezó a fluir y lo más prohibido que escondía afloró a superficie. Todos esos detalles que a nadie contaba, tal vez a alguna amiga, pero muy de pasada. Contaba detalles sexuales pormenorizados, en el fondo sentía culpa y no sabía por qué.
El profesional escuchaba, callado siempre, no era necesario utilizar palabras. Bastaba con los más simples movimientos faciales para denotar calma, tranquilizar, proseguir, asentir dando a entender que en ese momento sí que fallaste, complicidad.
Tenía prohibido los acercamientos más de lo debido con sus pacientes. Tanto éticamente por su intrínseca persona, como por la facultad, donde le habían repetido que nunca se puede pasar a algo más con un paciente.
Pero su belleza era tal, que lo corrompía.
Pero sus palabras, en vez de tratar él al paciente, surtían el efecto contrario. El paciente convertía al profesional, sus argumentos tan idealísticos, aunque también pesimistas arrastraban al oyente como si de una fuerza gravitatoria se tratase: sólo que a la vez, las órbitas eran dobles, siamesas. El paciente había confiado tanto que parecía que su voluntad había consumido su fecha de caducidad, no le quedaba nada.
Un día oscuro, pero más claro que la oscuridad total..¿qué más da ya...?...El doctor lo miró concentrando todo su pensamiento en una palabra, un ideal, ese ideal que había hecho que los dos se encontraran allí.
Andrea torció el tobillo.
El "profesional" supo que controlaba.