miércoles, 15 de abril de 2015

Un monstruo como yo

Se me arruga la nariz, sólo recuerdo algunas cosas...

Silencio en la cena
Me acuerdo de querer irme a casa (ya había tenido bastante con aquel día tan extraño para mí), de querer quitarme esa ropa pordiosera a modo de disfraz que llevaba puesta (puesta no, amarrada, porque ninguna prenda era de mi talla), de querer comer lo que me apeteciera (sin tener que oír que no tenían de eso, o que tenía que esperar, o simplemente, de que se creyeran que esos platos realmente tenían alguna calidad), así que cené sin ninguna gana, dejando en ti todas las elecciones, los últimos trozos y cuanto quisieras.
Recuerdo el silencio en la cena, que me permitió fijarme en todos tus detalles. Normal. No estabas mal. Sí, eras bonita. Se podría decir que me gustabas. Bueno, quizá eras espectacular. Y extraordinaria. Eras única. (Y así con todo).

En caso de que no sepas
Y así con todo.
Eras única y no podía dejarte escapar. Así que te agarré el culo y tu ambigüedad me sugirió que te presionase para hacerte comprender que no podías rechazar la oferta de dormir en mi palacio.
- ¡¿En tu palacio?!
- Sí. En la habitación de mi palacio.
- ¿Tú eres, digo, perdóneme, usted es de la familia Keszthely?
- El heredero, en efecto.
- Disculpe, no entiendo nada. ¿Pero qué hace usted aquí?
- Probar la vida de la gente normal. Me aburro en el palacio. ¿Te apetece ir? Rápido, que tengo ganas de quitarme esta porquería y este olor. Sin ofender.

Aceptaste y allí te tuve, entrando a escondidas. Alcanzaste a tocar con tus pies descalzos las sábanas de mi cama, al igual que mis dedos alcanzaban tu espalda, cuando te dije "¿Echamos un polvo?".

Prostitución emocional
Y mi éxtasis fue el saber que preferías que te contara una historia, así que, en silencio, te cogí de la mano, limpié tus zapatos, te los puse y salimos a la calle. "Ya sabes mi dirección para algún futuro presente". No era aquello lo que esperabas.
Y así con todo.
Qué buena idea. Y no me importó oler mal, o llevar ropa fea, o rapiñar algo que llevarse a la boca a las una de la madrugada: estaba contigo.
Forzosamente, llega el mañana. Y no sabíamos si había sido un bello sueño o una mala pesadilla.
Pero te veo, al día siguiente. Descubrí que no me importaba disfrazarme todos los días. Empezaba a gustarme aquel tacto, aquel olor, aquellos modales (o falta de ellos), y por tanto, aquel silencio en las cenas, donde (aunque me costaba hacerme al gusto de aquellos "platos") te observaba, y te pedía con la mirada que no cambiaras jamás.

La peligrosidad de los bucles de retroalimentación
Sin ir a más, sin ir a más, hasta que ya no se pueda más, hasta que no exista el bucle. Hasta descubrir que ni siquiera sabías cuál era la residencia de los Keszthely, porque yo no era uno de ellos.

- Escapa de mí. Encuentra el príncipe que creías haber encontrado en mí. Vete. Vive lejos de este monstruo.

Tu cara se aterrorizaba al escuchar estas palabras. Sí, al fin comprendías por qué te llamaban loca, por qué la gente se reía de ti: ese príncipe no existía. Creías haber encontrado un príncipe en un monstruo como yo: mentiroso, ladrón, bandido, un terrorista emocional.

Dirección: mirador de palacio
Lloré. Me rendí. Me habitué. No es aquello lo que esperaba (y así con todo), pero a ti no te podía mentir.
A ti no. Te subía al trono en mis sueños.
Tú conocías mi dirección, pero yo no la tuya. Investigué, corrí por toda la ciudad con los harapos que tanto odiaba, hasta que supe que vivías en un destartalado bloque, con feos toldos verdes, fachadas raídas de desperfectos y una maraña de hilos y demás materiales que era lo más bello que había visto nunca, porque tú estabas ahí dentro.
Con mis estafas, mis extorsiones y mi forma de ganarme la vida, compré un terreno frente a tu edificio. Vendí todos mis bienes y pude construir un bello palacio, con las mejores vistas del mundo. Dejé mi mala vida, y no me quedaba otra que limpiar zapatos, como una vez lo hice contigo.
Y ahora, que llegó el presente, me entretengo intentando adivinar cuál será tu balcón (porque nunca te he visto asomada a ninguno), cuál será tu dirección. Mientras tanto, te esperaré dando vueltas por este palacio, por si vienes, pero si no, no importa, porque seguro que te veré mañana.


(me repetía a mí mismo, para no desistir).