lunes, 12 de diciembre de 2011

Un tren por Tarragona

Un niño y una niña se encuentran en un tren. Ambos cambian de espacio físico, mismo destino, diferentes motivos.
Empiezan a hablar.

La niña dice que su padre sufrió ayer un accidente, y tiene que ir a verlo al hospital donde previsiblemente pasará una buena temporada. Casi muere su padre. Le ha pasado lo peor, su contexto es gris, oscuro, pero se siente la más feliz porque su padre se ha salvado. Ha conseguido de la nada, vida.
Sus ojos recuerdan un vidrio que cae y se despedaza alegremente en mil partes.
El niño siente cómo la sangre se acumula en sus mofletes y se pone poco a poco más rojo.
Su contexto es bien diferente. Viaja por placer, tiene el sol en el día, tiene el mundo delante de sus ojos. Pero él mira hacia el suelo, la tierra se le mueve a sus pies, las estrellas le explotan. Para él, sin el amor de su chica, es como el último día en la tierra. El mundo se le acaba.

Ambos se miran, mientras saben que sus destinos físicos coinciden pero su visión es divergente. Viven en mundos paralelos que no se tocan.
Y esta historia no pretende tener un final en el que el chico se dé cuenta de lo realmente importante en la vida; en esta historia no aprende nadie o aprenden los dos.
Porque los dos saben valorar, y mientras uno dice
Empieza una nueva vida, una nueva oportunidad
,
Otro escribe
Esperaré... porque independientemente de todo, siempre estaré ahí... porque te amo. Porque aunque digan que no es bueno para mí, quiero verte, quiero que me sientas cercano, estar para cuando lo necesites, compartir algún momento... éste es un amor incondicional... siempre, aunque no me convenga, por ti...

Un principio conlleva a un final.
El mundo ni empieza ni se acaba, el mundo está ya ahí; o simplemente no está.

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