jueves, 8 de septiembre de 2011

Una llave roja y azul

Sus ojos almendrados tienen la mirada perdida
Los contornos de sus párpados no se mueven ni un milímetro
Están fijados a su posición
Sin embargo, sus pupilas titilean, se rompen en pequeños cristales
cada vez más y más pequeños, hasta que se hacen agua.

Su rostro está fijo pero inquieto,
es una contradicción o una convergencia masiva de órdenes de su cerebro.

Su nariz parece que se arruga,
sus orificios se hacen más y más grandes.

Poco a poco se hace viejo, arrugas en la frente,
en el moflete, múltiples hoyitos en la barbilla.

Las palabras no aciertan a salir de su boca, se deshacen en fonemas
con la rapidez de la conversión espuma-agua.
Espuma efímera, nacida de emociones, de fuerza, agilidad, movimiento.
La ilusión que acecha en la puerta, que se asoma
pero que se deshace y vuelve a ser lo que era:
horizontalidad, quietud, frialdad, ausencia.

Su cabeza se agacha al mismo tiempo que sus dientes se aprietan más y más,
siente cómo sus superficies se alisan, rasuran, duelen, encajan.
Van encontrando el equilibrio, su equilibrio.

Observa su mano cerrada, apretada,
que no responde de tal esfuerzo al que la está sometiendo.
Parece que va a desistir,
mientras se desangra su palma,
mientras siente dolor, pero expulsa
rabia, impotencia, inconformidad, incredulidad.
Mientras da el último adiós al candado, abre la mano,
lo cuelga y recoge la llave pintada de letras azules
e impregnada de rojo.
La almendra se moja.
Mientras se cuelga la llave cerca del corazón.
Mientras siempre.
Mientras él exista.

1 comentario:

  1. Intento contar una historia sin dar ninguna explicación ni dato, sin saber nada de la historia en sí.
    Intento contar algo sólo fijándome en la expresión facial y corporal, que vale más que mil palabras.

    (Son intentos que surgen un miércoles a las tres de la madrugada)

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