viernes, 9 de septiembre de 2011

Susurros de una canción no escrita

Sólo deja ya de sufrir,
no, no,
empieza ya a vivir...


Aisha y Kristina se conocían desde el colegio de primaria y desde entonces habían sido las mejores amigas. Desde pequeñas lo habían hecho todo juntas: pasear, bailar, componer la típica canción.

-Nana na-na na na na náaa... algo así?-entonó Kristina.
-Sí, sí, ¡me gusta mucho Kris! Pero que acabe en i, que sea más agudo.
-La letra es lo complicado, Aisha. Es que no se me ocurre nada...Sólo deja ya de sufriiiiiiiiir.
-Pero esa frase es fea, yo quería algo como "Oye mi corazón, vamos a bailar", ¿sabes? Más de fiesta.

Aisha recordaba esas notas nunca escritas en papel en su cabeza. Era como un hilo musical que ahora estaba dándole al play, mientras ella sacaba su cabeza por el alféizar de la ventana, sintiendo el frío de noviembre en sus pómulos.

Sólo mira a tu alrededor,
verás cuánto amor hay por ti.


Contemplaba los tejados de las pequeñas casitas de su pueblo, madera marrón manchada con pequeñas motas de nieve. Se quedaba ensimismada siguiendo con la vista el trazado del río, curvilíneo y angosto hasta llegar al lago.

He contado los días sin oír tus pasos.

Hacía ya cinco años de la última vez que habló con Kristina. No sabía muy bien si estaban peleadas o no, simplemente desapareció. No se distanciaron por problemas de la universidad, ni de novios, Aisha ni estudiaba ni tenía pareja, y su amiga era igual que ella.

Ella, que siempre había estado velando por su amiga, ocultándole hechos y palabras que pudieran dañarla. Si Kristina se peleaba con alguien, Aisha le decía: "Bueno, no lo tengas en cuenta, seguro que quiere verte de nuevo, dale otra oportunidad al chico, no pienses sólo en ti misma". Cosas por el estilo.

Kristina siempre la había agradecido, pero también es cierto que llegó un momento en el que ella se sentía siempre culpable de lo sucedido. Aunque la otra persona realmente se hubiera portado mal con ella, su amiga le instaba a perdonarla.
Un día desapareció del lado de Aisha, quizá para no tenerla como angelito de la guarda y poder tomar ella sus decisiones y responsabilidades.

Desde entonces, Aisha dejó de dar consejos. Hacía caso a los demás. Aisha había transformado ese don de transmitir sentimientos a ser como una esponja, que absorbe, un embudo que recoge hacia un agujero en su interior.

El panadero pasaba por las puertas de las casas del pueblo y dejaba el pan colgado del picaporte. En ese momento, su hermano irrumpió en la habitación.

-Hermana, prométeme que no se lo vas a decir a nadie.
-Prometido, Ivan.
-He visto a Kristina--dijo cabizbajo, mirando al suelo.

Aisha no sabía cómo reaccionar, saltó y se puso al lado de su hermano.
-¿Dónde?¿Cuándo?¿Has hablado con ella?

Ivan no contestaba y miró avergonzado a su hermana.
-Al lado de la estación de tren, ayer por la noche.

No daba crédito a lo que acababa de oír. Podía esperarlo de cualquiera, pero no de su hermano. ¿Cómo él...? Siendo un chico tan respetuoso, honesto y responsable.

-A ver, Ai... Yo no estuve con ella. Pasé por el callejón, porque bueno, son cosas personales. Cosas de hombres, no lo entiendes. Pero no te pido que comprendas eso. La vi de lejos, pero era ella. Está totalmente cambiada, lleva el pelo muy corto, casi rapada. Muy alta, o eso me pareció ver. Aunque claro, no me fijé si eran tacones o no.

-¿Con qué frecuencia vas allí?¿No la habías visto antes? Ivan...tú que eres guapo...¿por qué vas allí? Tendrás fama...

-Ai, cariño, ya te lo explicaré algún día. La llevo viendo desde hace meses, pero te juro que nunca me he acercado a ella. Ayer la vi subirse a una furgoneta, y por eso me llamó la atención.


Aisha salió de su casa dirección al lago. Se sentó en un banco y empezó a llorar.
Su hermano era un putero, y su mejor amiga, una puta. No lloraba por odiarlos, sino por sus situaciones. ¿Por qué el mundo era así? Su amiga era una mujer que vivía de su cuerpo y se exponía cada noche al peligro. No se la tenía en cuenta, a efectos prácticos era considerada no inteligente. Seguro que estaría inmersa en una espiral tóxica. Y su hermano, siendo guapo, inteligente, el más adulado por la familia, gastaba su tiempo en sexo barato, temía que su hermano no encontrase la felicidad.

El mundo era un lugar feo, de paso, seguro que habrá algo después de la muerte, porque esto no es vida.-pensaba la chica. El malestar se transmitió a ella, no encontraría trabajo, no tendría aspiraciones, sólo ver cómo el tiempo pasa, cómo de la misma estación de tren se va un tío suyo que no volverá jamás y cómo llega un joven para encontrarse con su amada y dar vida.

Esa noche, fue a la estación de tren con el propósito de rescatarla de ese mundo, de reencontrarse como amigas. Esa misma noche, cuando Kristina le dijo:-No sé quién eres, si quieres algo tendrás que pagar el doble por ser lesbiana. Y Aisha retrocedió poco a poco, sin apartar la vista de su amiga, mientras adivinaba en sus ojos que en verdad sí la conocía, pero no quería que la descubriera en lo que se había convertido.

Necesitaba hablar con su abuela, así que se acercó al monte donde se hallaba trabajando en el campo. Desde allí arriba se veía todo el pueblo con sus cúpulas verdes oxidadas, la mañana era blanca y le transmitía paz.
Mientras las palabras salían de su boca, la tez de la abuela iba empalideciendo, y cambiando su permanente sonrisa a un gesto rectilíneo, casi invertido.

-Aishita mía, cariño. Yo sentía lo mismo que tú a esa edad. Pero el mundo es bonito, plántale cara con una sonrisa. El mundo lo haces tú. Si sonríes, tu mundo sonríe. Mientras tu onda sea una positiva, te rodeará la sonrisa.

Y le sonreía a su nieta. Hasta que se fue, y su boca se encogía hacia dentro.
Aisha volvió la cabeza y se sintió como el día que le dijeron que los reyes magos no existían. Un mundo mágico que se torna en lo puramente humano- en la imposibilidad de ser algo superior.

Pero ella seguiría la filosofía de su abuela, aquella filosofía de un lunes.
Aquel lunes por la noche cuando Aisha fue a la estación de tren, y pasó sonriéndole sin pararse.
Y aquel otro martes, cuando Aisha pasó sonriendo y le dijo: Hola, hace frío, si quieres te invito luego a mi casa. Y quedarían como amigas, pero como nuevas amigas. No había nada del pasado, sólo sonrisas y un volver a conocerse.
Y Aisha seguía yendo a la estación de vez en cuando, para ver cómo iba Kristina. Ella sería su amiga y le sonreiría. Ella decidiría su vida nueva, sus razones tendría.
Y aquel otro jueves, cuando en uno de esos paseos, vio a su hermano Ivan en el callejón adyacente, pero con un chico. Y se besaban.

-Aisha, por favor, acéptame y guárdame el secreto. Ya te lo presentaré.

Y Aisha le sonreiría y le diría:

-Ya lo sabía, tonto.


Pero aunque prohibido esté nuestro amor
no te dejaré, nunca me dejes, no,
aunque me cueste morir mil veces,
no me importa nada, los límites los marco yo.

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